Carnaval Internacional de Mazatlán
Durante los cinco días previos al miércoles de ceniza de cada año los mazatlecos celebramos nuestra máxima fiesta. En 1998 el carnaval de Mazatlán cumplió un siglo de existencia en su fase moderna. Cada año, en las fechas de carnestolendas, Mazatlán se transforma no sólo por los adornos que se instalan en algunas de sus calles sino también por la evidente actitud de la población predispuesta a la alegría.
El Carnaval de Mazatlán se distingue de los otros carnavales del país y del mundo, porque aquí la diversión se ofrece al ritmo de la banda
Las modificaciones que ha sufrido a lo largo de la historia no han alterado el carácter original de esta fiesta popular. Sólo cambió el escenario de su realización, por razones de espacio, al crecer el número de habitantes del puerto. Ahora el escenario principal de la fiesta lo constituyen el Paseo de Olas Altas y el Claussen, justo al pie del mar. La avenida costera, en esos tramos, se cierra al paso de vehículos para construir en su interior un paréntesis a la vida cotidiana, una temporada de excepción en el que algunas reglas sociales se vuelven laxas, en el que situaciones que normalmente son mal vistas se toleran, en un ambiente de seguridad que da como resultado fiestas en sana paz. Todas las noches comprendidas entre el viernes y el martes de carnaval, Olas Altas y el Paseo Claussen — los mejores paisajes de Mazatlán, las tarjetas postales favoritas — se convierten en un gigantesco centro de reunión y baile junto al Océano Pacífico. Si el sonido de las olas reventando no se escucha en esas noches es por los decibeles de la música y el bullicio. Kilómetro y medio de avenida cerrada a la circulación de vehículos, calles y bocacalles interrumpidas con vallas.
Los reinados y las coronaciones
Aunque por lo regular algunas actividades carnavaleras se realizan desde el jueves, la celebración oficial inicia siempre en viernes y culmina el martes siguiente, víspera del miércoles de ceniza. Sin embargo, el ambiente de fiesta empieza a sentirse en el puerto muchos días antes. Las campañas de los candidatos a los reinados (de Carnaval, de los Juegos Florales, Infantil y de la alegría o “Rey Feo”) ayudan a preparar el ánimo carnavalero, provocando algunas manifestaciones que, de vez en vez, recorren las calles de la ciudad armando alharaca y bulla. Otros eventos carnavaleros importantes tienen verificativo fuera de los días “oficiales” de la pachanga: exposiciones en donde se divulgan aspectos históricos de Carnaval, la Velada de la Artes, y la elección de la Reina, por ejemplo.
Poco antes del banderazo carnavalero, la reina de la fiesta debió ser elegida. Para seleccionar a la mujer, representante de la insólita monarquía festiva, los porteños han practicado toda clase de métodos, desde el típico concurso de belleza hasta la acumulación de votos económicos, pasando por la arbitraria designación unipersonal. La candidata ganadora del segundo lugar en la competencia es designada Reina de los Juegos Florales. También participan de esta mecánica las niñas aspirantes al reinado de la infancia y los caballeros aspirantes a ocupar un sitio en la historia carnavalera del puerto personificando a los feos porteños, con el título eufemísticamente conocido como Rey de la Alegría.
Para coronar a las majestades carnavaleras, el estadio de béisbol de la ciudad se transforma: un enorme escenario se levanta en medio del “diamante”, se diseñan escenografías para cada una de las coronaciones, se colocan torres y travesaños de luces, bocinas y monitores, rampas y niveles. El grito de “¡Play Ball!” es sustituido por la tercera llamada. Se conjugan, de este modo, dos grandes pasiones mazatlecas: el béisbol y el carnaval.
Nacimiento de la tradición moderna de carnavales en Mazatlán
En 1898, el carnaval pasó de ser una celebración realizada espontáneamente por los habitantes del puerto a ser una fiesta gobernada por un comité civil, una “Junta”, creado para este propósito. Este rasgo lo convierte en el carnaval más antiguo del país de los que se organizan de esta manera. El martes 22 de febrero de 1898, se abrió paso, entre la multitud arremolinada en las calles de la plazuela Machado, la primera procesión de carros y bicicletas adornadas de esta historia. Para introducir un aire fársico al festejo, Gerardo de la Vega fue ungido rey de la locura y se realizó un concurso entre los vehículos decorados que desfilaron. Era este el primer carnaval organizado por un Comité. El juego de la harina llegaba a su fin y se daba inicio la tradición moderna del confeti y las serpentinas en las carnestolendas mazatlecas.
Los primeros carnavales de confeti y serpentina
Al modo de los viejos carnavales italianos en cuya calle del Corso era elegido un rey para hacer parodia de las añejas monarquías europeas, en el Mazatlán de 1898 también se designó a un falso representante de la realeza para presidir la novedosa manera de festejar el carnaval. Al frente del primer desfile de carnaval en la historia del puerto, el primer Rey fue el blanco de la atención general y de los proyectiles de cascarón de aquellos carnavaleros locales que aún se resistían a abandonar la práctica del Juego de Harina.
El segundo rey, “Tito Ahuja”, corrió con mejor suerte pues gracias a sus dotes en la oratoria y su picaresco sentido del humor, pudo ganarse la simpatía de los mazatlecos, definiendo además las características que en lo adelante debían cubrir los aspirantes al reinado del Rey Momo: ser un personaje de probada popularidad, con dispendioso sentido del humor y con dotes para la oratoria, pues entre sus responsabilidades estaba la de arengar al pueblo desde la tribuna más próxima e invitarlo a que se sumara sin prejuicios ni inhibiciones a la celebración.
El origen del carnaval en Mazatlán
En Mazatlán, el carnaval se celebra prácticamente desde la llegada de los primeros pobladores a instalarse en este territorio. Todo el siglo XIX, los mazatlecos hacían, de los días previos a la cuaresma, una isla para poner en práctica los excesos prohibidos el resto del año; las conductas consideradas pecaminosas, las señaladas con índice de fuego salían a relucir antes de refugiarse en el marasmo de la culpa religiosa. No había autoridad que pudiera detener la celebración, si acaso conseguía minimizar los desmanes por medio de policías montados y obtenía recursos mediante el cobro de impuestos por uso de disfraz.
El 12 de febrero de 1827 en Mazatlán se realizó un “convite, mascarada, y comparsa” en el que participaron los soldados que vigilaban el puerto. Esta celebración es la más antigua de que tenemos razón y da cuenta del antiguo arraigo del carnaval en este puerto. Ese suceso está documentado en un Informe del Comandante del Escuadrón de Mazatlán, Capitán Juan Antonio Muñoz. Fue, paradójicamente, un acto de protesta de “la tropa para exigir el pago de sus haberes”, que degeneró en pachanga, según la descripción que el comandante Muñoz hizo llegar al jefe de la oficina de hacienda.
Según las crónicas antiguas, el martes de carnaval un tropel de cuarenta o cincuenta mazatlecos enmascarados, vestidos con una larga túnica y ataviados con un gorro de cono, a pie o montados a pelo de burro, recorrían las calles de la ciudad en son de gresca, diciendo chistes, improvisando canciones irónicas, introduciéndose en los domicilios y llevando a feliz término las más estupendas y ruidosas payasadas a costilla de los vecinos. A su paso iban dejando una estela de harina y colorantes, embadurnando por doquier el paisaje y al paisanaje que se les atravesara en el camino. Así se daba fin y remate a la fiesta de la locura.
La práctica de los llamados Juegos de Harina adquirió mayor vigor en las últimas décadas del siglo XIX. Los juegos se celebraban en sitios públicos o en “tertulias” privadas. En las fiestas de disfraces salían a relucir “los agasajos”, cascarones rellenos lo mismo de oropel picado, que de harina y sustancias colorantes. Al parecer ni las amenazas de epidemias detenían su realización, mucho menos las prohibiciones de la autoridad. Cuando por orden del ayuntamiento no podían efectuarse en los centros sociales o en las calles, los festejos se organizaban en las casas. Para entonces, el tropel original se había dividido: Para divertirse, el populacho mazatleco formaba dos bandos: los del “Abasto” y los del “Muey”. La ciudad se partía en dos grandes facciones. Los del “Abasto” controlaban de la calle del Faro (hoy 21 de marzo) a la de Tiradores (hoy Zaragoza); el terreno de los del “Muey” iba de la del Faro a la Playa Sur. En carretas y carruajes cubiertos con lonas, enarbolando banderas de colores chillantes, los contendientes enmascarados incursionaban en los barrios contrarios en donde se desarrollaban singulares batallas con cascarones rellenos de harina como proyectiles.